Abstracto

Imagen: Pexels

Despiertas y te das cuenta de que estás en una isla extraña y solitaria. Sientes comodidad por la soledad, pero parte de ti desearía tener al menos un alma cerca que te escuchara cualquier cosa que quisieras decir.

El tiempo va pasando muy rápido. Ya es casi mediodía, y en ese instante te percatas de que estás perdiendo gran parte de tu vida en tanto ir y venir, como si jamás hubieras bajado se ese columpio viejo y descolorido de la escuela.

No te gusta sentir lo que percibes hoy, porque ni siquiera sabes qué hay dentro de ti. Solo sabes que tu espíritu subyace en una arena fangosa al igual que tus pies en esa orilla inmensa junto al mar agitado.

Inspiras lo más fuerte que puedes, hasta que tus fosas nasales se dilatan y emiten ese sonido tan característico. Es ahí cuando adviertes que parte de ti no está allí; como si fueras solo un trozo de ti mismo, mientras el resto descansa sobre tu cama o desayuna un plato de avena cremosa y tibia en la antigua casa de tus abuelos.

Aprecias un dejo de nostalgia o tristeza, no eres capaz de dilucidarlo. Estás disperso y concentrándote en el mar, la arena, la soledad, la avena, las horas que pasan atravesando tu alma perdida y quién sabe cuántas cosas más.

Quizás solo estás actuando como una persona normal lo haría, pero en tu mundo extraño saboreas el óxido de la locura, una locura que te divide en dos: el cuerdo y el loco, el alegre y el triste, el concreto y el abstracto.

Te tumbas sobre la arena sin sacar los pies del agua y dejas que tú pensamiento flote como aquella nube lejana, la única que surca el brillante cielo azul.

El paisaje de los muertos

Llegan a mí en versos
Dibujando sueños incomprensibles
Me dejan cada noche un regalo en la puerta de mi infierno
Y los demonios los devoran para que el mensaje no se convierta en realidad

Sufre mi mente pesada
Arrastrada por los maderos de este barco náufrago
Y llego a la orilla serena sin el trofeo máximo
Solo un sabor dulce llena mi boca
Y suaviza mis labios
Que pronuncian nombres antiguos, jamás olvidados
Llenos de pasado y nostalgia

¿Qué quieren de mí mis muertos?
¿Por qué me conducen, casi de la mano, a sus paisajes pacíficos o violentos?
¿Existen en una realidad imposible o solo es otro producto más de mi mente enferma de soledad y confusión?

Viviré cada noche, bajo el letargo de la luna y el lobo febril, angustiada o alegre
Siendo visitada por fantasmas que no son míos
Mas de mí son, han sido y siempre serán
Más reales que la sangre que corre por mis venas

Vendrán con sus regalos y su compañía para que busque la sabiduría perdida de los años acabados,
de los muertos que viven en los rincones de una cabeza hinchada que no callará jamás

El árbol caído

¡Qué noche! Llovió demasiado. Hubo centellas cayendo en el techo de mi casa (por suerte es de dos plantas y no pasó a mayores). Los malditos truenos no paraban con su trum-srh-pass… ¡Qué cristiano duerme así! Ni yo, hombre recio de campo, puede soportar tanto ruido del estado crepuscular.*

Dormí y algunas goteras seguían filtrando el agua. Total, amanecí con la cama hecha un charco.

Al levantarme, con mi pocillo de café en mano, vi que estaba todo nublado. A lo lejos, el arcoiris más chiquito que había visto –¡Gua! Parece presagio–. Un árbol completo se arrancó. Sabrá él mismo si fue un rayo o el viento.

Bueno, bueno, toca beber cafecito rápido para empezar a acomodarlo todo. Cuando uno está solo ¡gua! el trabajo se multiplica….

Lo que no sé es cómo mover el árbol ese. Es grande, pesado y muy astilloso. Donde está tampoco puedo picarlo porque el terreno es irregular. ¡Gua! Y este árbol feo, lleno de termitas, ni siquiera me servirá como leña. ¡Maldita lluvia!

Quienes dicen que después de la tormenta llega la calma es porque, de seguro, no han tenido que lidiar con un árbol inmenso caído, muestras el cielo arcoiris, en vez de calmar los ánimos, parece una mueca triste allá arriba…

09 de abril de 2021

* Ver término en el DRAE

Los Visitantes

Cuando Sarah escuchó el primer trueno, dejó el tambor de bordado a un lado del sillón. La hermosa orquídea en punto cruz reposaba sobre la mesita, mientras que la muchacha corría en puntas de pie a la habitación, veloz como gacela.

Era hora de sacar el cepillo de plata de la bisabuela y peinar su larga cabellera dorada. Se tiñó los labios con el cremoso tubito rosa y puso perfume en su piel.

Cayeron las primeras gotas de lluvia y luego, sin mucha espera, se soltó la masa de negras nubes sobre la tierra seca del jardín, formando charcos cada vez más grandes.

Oscuridad. Sarah lo sabía, era hora de encender algunas velas. Acomodó unas en la cocina, otras en el salón, y solo una —la más grande— junto a su cama.

Esperó. Los visitantes no tardaban en llegar. Pero el tiempo pasaba con lentitud y una hora se convirtió en una eternidad. ¡Ellos llegarían, como siempre!

Una brisa helada se coló por la ventana, esa misma ventana que había permanecido cerrada durante varios años. ¡Habían llegado! Pero… ¡No! No eran ellos. Ellos avisaban tocando la bocina del antiguo carro de la familia.

Sarah se sentó en la mecedora cercana a su cama, mirando la llama de la vela. Lento, lento, la cera se consumía al ritmo del seductor baile del fuego. Los párpados pesados y la lluvia cayendo como acordes de piano.

A la mañana siguiente, el sol había secado a tal punto la tierra del jardín que cualquiera podría jurar que nunca había llovido. Entre las cenizas, un peine de plata y una pequeña caja de madera habían sobrevivido al voraz incendio. Dentro de la caja, fotos antiguas mostraban rostros atribulados; debajo de todas esas imágenes tristes, una foto colorida esperaba ser descubierta.

El cuerpo de Sarah jamás fue hallado.

Historia de cuando me convertí en una vasija.

Puede que no me creas cuando te digo que soy una vasija. Sí, sí, una vasija que de una extraña manera se comunica hoy contigo.Soy de barro (ni pienses que iba a ser una de esas cosas horribles de plástico). Soy una linda vasija de barro, vacía.Hasta hace un tiempo, era humana como tú. Tenía dos brazos largos y una cabeza llena de ideas. Eso quedó atrás, porque hoy soy una vasija.Si me preguntas por qué me convertí en un objeto, quedarás con la duda porque yo no lo sé. Solo recuerdo que una noche pálida me fui a la cama, y cuando salió el sol ya no era humana. Era una vasija.Me queda el consuelo de que sirvo para algo. Quizás antes estaba tan llena de cosas que no servía tanto.El único problema es que no puedo hablar. Tampoco escribir. Me comunico contigo desde mi esencia a la tuya. Telepatía, diría alguien por ahí.Sé que quieres saber si una vasija piensa o solo estás cayendo en la demencia. Calma. Sí pienso. Poco, pero lo hago. En estos momentos atravieso por un arrebato de humanidad. Tal vez luego sea una vasija sin pensamientos. Un objeto, en toda la extensión de la palabra.Aprovechando lo que sospecho que sea el fin de mi mente lúcida, debo confesar que siento miedo. Ahora soy de barro y puedo caerme, partirme, volverme polvo en el suelo. Confiarán en mí para que guarde la sal o el azúcar, pero al partirme solo quedará un desastre.Espero que cuando eso suceda ya ni pueda pensar. ¿O es que todos los objetos piensan y siempre me engañaron haciéndome creer que la humanidad es exclusiva de los humanos?Desde aquella mañana en que me convertí en vasija ¡empecé a dudar de todo y de todos! Tal vez pronto se acaben las dudas, los miedos, los pensamientos y me transforme en una cosa, un simple traste con una limitada utilidad.

Hojas secas

Levanto mi mirada e intento recordar cómo llegué aquí. Fue un largo camino lleno de piedras sobre las que mi cuerpo dejó caerse varias veces. Mis piernas cansadas pedían tregua y mis labios sedientos exigían que continuara.

El murmullo de la brisa calma mis oídos extenuados con tantas voces erradas. Las caricias del agua pasando por debajo de mi espalda suavizan los tantos días de encierro en aquella prisión de metales y maderas.

Me encuentro aquí, sola, protegida por una lluvia de hojas anaranjadas que me cubren por completo; tumbada sobre un riachuelo que ya ha saciado la sed antigua que me acompañó como el mismísimo velo de la muerte a lo largo de la oscura senda de la vida.

Mis párpados se dejan llevar y se cierran lentamente. De mi boca se desprende una exhalación dulce como el néctar de las flores.

Dejo de ser yo. Olvido los años de dolor y los silencios petrificados en lágrimas convertidas en diamantes sobre mi lecho.

El río me regala una diadema de peces y el sol incrusta su rayo más potente en mi pecho.

Mi vientre se tiñe de carmesí, y de él brotan espigas de olivo, pétalos de rosas y un turpial cantor.

Pierdo el cuerpo con el que nací y me transformo en agua, en vida, y en una hoja seca que es arrastrada por el viento hasta llegar al bosque en el que me espera el árbol del origen para llenarme de verdor y esperar a que pases un otoño cualquiera debajo de su sombra y caer, como una hoja seca, sobre tu hombro derecho y quedarme ahí hasta que notes que desde ahí te observo y me des el mejor lugar entre las páginas de tu libro predilecto.